POBLACIÓN INDÍGENA Y EXPLOTACIÓN DE MINAS
Los
grupos Quillacingas y Pasto no opusieron resistencia a los
españoles quienes se posesionaron de su territorio “casi sin
costo” (Romoli,1977-78, 17), razón por la cual reciben de
lleno los efectos devastadores de la conquista, al convertirse en mano
de obra preferencial para el laboreo de minas. Al referirse a
la tasación impuesta por Tomás López en su visita realizada
en 1558 Moreno Ruiz (1971, 428) anota:
“esta tasa que estableció anteriormente el oidor Tomás López, parece que no se cumplió, pues
ni los indios, ni los españoles quedaron conforme. Los
indios por que, salvo los pastos tenían poco algodón y
técnica de tejido, por lo que prefirieron seguir prestando servicio en
las minas de las provincias de los Abades, Quillacingas y
Sibundoyes y de este modo, llegar a cubrir la tasa que se
les había impuesto con lo cual pasaron a trabajar en las minas 1.405
indios. Los españoles aceptaron este cambio en la percepción
de la tasa”.
El
traslado de población para la explotación de minas era
frecuente muchas veces no sólo de los tributarios sino de
familias completas, tal como lo atestigua fray Jerónimo de Escobar
(/1582/ 1983: 294) al referirse al pueblo de Yscanzé (actual
Descansé):
“Estos
indios de aquí como en su tierra no se han descubierto
hasta ahora minas, los han sacado y llevado a las minas de
Almaguer, donde hoy en día están por lo cual han muerto muchos”.
En
una Cédula Real (1590) en la cual se autoriza a la
Audiencia de Quito la población de una Villa o Ciudad de
Indios Junto a las Minas de Zaruma en el Ecuador, se lee:
“...y
que la tierra de Zarama es sana, fértil y abundante de metales, sólo hay
falta de naturales, y esto se podría remediar con poblar
allí dos o tres mil indios Qyillacingas, Pastos Lata cungas, Purháes,
Sichos y Chimbos, llevando de cada nación un número que no
hiciese falta en sus poblaciones y que a éstos se les diesen
tierras y casas hechas y fuesen adscriptos a la labor de aquel cerro y
se les pagasen sus jornales poblándose allí una villa o
ciudad donde así mismo se diesen minas y aguas a los pobladores” (Garcés, 1935: 459, Colección de Cédulas Reales, Fl. 227 , Tomo Primero 1538-1600).
Se
constata el traslado de familias indígenas, pues se propone
poblarlos en villas, traslados que se realizan
interregionalmente y cubren el territorio adscrito a la Audiencia de
Quito. A pesar de que en la visita de Rodríguez de San
Isidro de Manrique, realizada en 1638, se ordena a los
encomenderos cesar con esta práctica, amenazándolos con la confiscación
de sus encomiendas, 30 años después (1668), el visitador
Inclán Valdés, dió autorización para que indios quillacingas
fueran llevados a las minas de Almaguer o a la zona Abad,
lo cual confirma la permanencia de los traslados desde lugares
distantes. (Calero, 1991:166-171).
En
las curvas de población elaboradas para las dos etnias
asentadas en el Valle de Sibundoy (véase gráfico No. 1:
población Inga-Kamsá, Valle de Sibundoy, siglos XVI-XX y No. 2: Indices de crecimiento población Inga-Kamsá, siglos XVI-XX) teniendo
en cuenta los asentamientos diferenciados, y que cubren el
período comprendido desde mediados del siglo XVI (1558) hasta el presente (1988) 12 , se hace evidente la catástrofe poblacional que sufren estas etnias entre 1558 y 1590, es decir, durante la segunda mitad del siglo XVI, lo cual es más acentuado para la población Kamsá, que pasa de un índice de crecimiento del 43.33 en 1570, a uno de 16.66 en 1590, (gráfico No. 2.) asumiendo como año base 1558 = 100.
Por su parte, los Inga pasan de un 86.25 a un 37.75, en el mismo período de referencia.
Sin
embargo entre la visita de 1558 y la de 1560 (Anónimo;
transcripción de Hermes Tovar. 1988:26), con tan sólo un año
de diferencia, se reporta un vertiginoso ascenso de la población
Kamsá correspondiente a 1.000 tributarios más, cifra que no se
tomó en cuenta para la elaboración de los gráficos, por
considerar que representa un aumento muy alto en un período
tan corto. Sinembargo, vale la pena presumir que el apogeo de la
explotación de las minas de oro durante estos años, pudo
acrecentar la población a través del traslado de población
indígena procedente de otros lugares para labores en minería, tal como
se ha venido señalando.
El
decrecimiento de población durante la segunda mitad del
siglo XVI es resultado en gran parte del trabajo compulsivo
en las minas que implicaba traslados de población al interior de la
frontera establecida los cuales se realizaban de manera
indistinta tanto desde el punto de vista étnico como
geográfico: habitantes de los andes, del piedemonte y de las
tierras bajas, se interrelacionaban constantemente, tal vez
manteniendo patrones de poblamiento anteriores a la
conquista.
Debido
a la relación establecida entre la región de Almaguer y
Sibundoy y de este Valle con Descansé y Condagua, (alto
Caquetá) podemos presumir el intercambio de tributarios entre
estas zonas y la consecuente diezmación de indios por el trabajo. de
las minas, en el período considerado. Estos traslados de
población se continúan hasta mediados del siglo XVIII al
tiempo con la persistencia de la mita minera, tal como se infiere de la
siguiente anotación de Friede (1967, 61):
“en las listas de indios bautizados en Mocoa en 1775 (Arch. 4 sign 9386),
se encuentran apellidos como Chicunque, Mavisoy, Tandioy,
Omne, Jacanamejoy, Peña, Quinche, que patentiza la traída de
indios forasteros originarios de la región situada al sur del
Macizo Central Colombiano y del valle de Sibundoy”.
Es
posible entonces que así como población de la etnia Pasto
fue traída al Valle de Sibundoy para explotar las minas de
veta en el mismo, a su vez en este período o posteriormente, población
del Valle fue llevada a las minas de aluvión en los
alrededores de Mocoa. Estos continuos desplazamientos de
población en el valle pueden ayudar a explicar la tendencia de la
constante disminución de población desde mediados del siglo XVI
hasta finales del siglo XVII, (Véase gráfico No. 1).
Pero no fue solamente el extenuante trabajo en las minas de veta o de aluvión; según Romoli (1577-78:33), al referirse a las visitas de Tomás López en 1558 y a la de Valverde en 1570:
“En los doce años entre la primera visita y la segunda, no
hubo, que se sepa, guerra, revuelta, hambre, trato de
esclavos ni expediciones mayores de las que solían llevar
gran cantidad de indios de servicio, de los cuales pocos regresaron a
sus hogares. La minería era poca y para ella no era preciso
hacer traslados de trabajadores a climas malsanos (...)
Parece pues, que las principales causales de la enorme disminución
de la población indígena entre 1558 y 1570 haya sido la evasión y
la epidemia de viruela que azotó al país en 1566. Para 1588
registra otra gran epidemia de viruela (Romoli, 1962: 259).
Estas
consideraciones cuestionarían la posible introducción de
fuerza de trabajo al Valle y de éste a otras regiones,
implicando esto que el dato de 4.000 tributarios Kamsá para 1560
en Sibundoy sería inconsistente; a pesar de ello otras fuentes nos
indican que vale la pena considerarlo.
Con
respecto al marcado descenso de población, Calero (1991,
205-206) refiriéndose al Distrito de Pasto, sostiene: “la
parte norte del río Juanambú y la parte baja del río Guaitara, junto
con Sibundoy, sufrieron la más numerosa pérdida de población
india”. Y al comparar la información demográfica de finales
del siglo XVI aportada por el Corregidor Ortega (1590) con
la del Gobernador Rodrigo de Mañosca de finales del XVII (1688 - 1691)
deduce que la población del Distrito de Pasto sigue en
declinación a lo largo del siglo XVII, de lo cual no se
escapa Sibundoy.
La
afirmación que hace Bonilla (1968:18), —después de
referirse a las incursiones misioneras al Valle entre 1547 y
1600—, “tenemos entonces, que el siglo XVII sorprendió al
recóndito vallecillo gozando de la tranquilidad que le deparaba su
aislamiento”, debe cuestionarse, pues, como se ha
demostrado, el Valle no permaneció aislado y la continua
disminución de la población indígena durante el siglo XVII nos lleva a
pensar que siguieron sufriendo los embates de la
colonización española. Entre 1590 y 1688 se registran tasas
de crecimiento negativas: -2.6% en el caso kamsá y -1.37% en el inga
(Ver tabla No. 3).
Al
final del siglo XVII, la población de las tierras bajas en
general continúa decreciendo, mientras que la de las tierras
altas había alcanzado su punto más bajo, iniciando su
recuperación.
Sólo
durante el siglo XVIII se empieza a observar una relativa
estabilización después de su casi desaparición hacia finales
del XVI (Véase gráfico No. 1) de la población indígena del
Valle. Según Calero (1988:275), en el siglo XVIII en el Distrito de
Pasto la incipiente recuperación de población indígena
acontece más tempranamente que en la mayoría de los lugares
de la Nueva Granada, “donde el número de nativos continúa decayendo
durante gran parte del siglo XVIII”. Así entre 1688 y 1711, las
tasas de crecimiento se tornan positivas: 1.32% para los inga y 4% para los kamsá.(Ver tabla No.3).
En
cuanto a los grupos indígenas de Ecija de los Sucumbios y
Mocoa en el Alto Caquetá, Llanos y Pineda Camacho (1982)
coinciden también en señalar el fuerte descenso de población indígena
en la segunda mitad del siglo XVI concomitante con un relativo
esplendor económico, producido por la explotación aurífera,
que se mantiene sólo hacia la segunda mitad del siglo XVII,
cuando quedan despobladas estas ciudades debido al levantamiento y
rebelión de indios. Para el año de 1681, la ciudad de Mocoa
estaba destruida.
Esta
despoblación coincide con el abandono de la explotación
intensiva de las minas de oro del piedemonte oriental y se
inicia así, un proceso de retroceso de la frontera minera,
lo cual impide que la frontera oriental como tal se cierre y desaparezca
en el sentido de que esta zona de explotación minera sea
incorporada al centro andino; por el contrario permanece con
su condición de territorio marginal. Se cumple en este caso la tercera
acepción de frontera que distingue Mellafe (1968,11):
“un
espacio geográfico dado en el cual los procesos de
producción de estructuración institucional y social. no se han integrado aún en un continuo normal, pero están en camino de formación o de transformación sumamente drástica (...) Este
proceso presupone, además (...) un choque o fusión y
entronque cultural de dos o más horizontes culturales distintos.”
La
actividad minera amplía su frontera hacia las tierras bajas
del Pacífico, después de 1610. Esta área de tierras bajas
se extendía, desde la cuenca del río Mira al sur hasta los ríos
Timbiquí y Naya al norte y desde los picos de la cordillera en el
este hasta el litoral Pacífico en el Oeste, como se anotó.
Para
1630, se sojuzga a los guerreros Sindagua. Los
sobrevivientes son llevados a Santa María del Puerto para
ser empleados en trabajos agrícolas y mineros. Como lo señala Calero
(1991:179), “con los sindagua bajo control y con la fundación
de dos nuevas poblaciones -Santa María del Puerto en las
riberas del Telembí (actual Barbacoas) y Santa Bárbara de la
Isla del Gallo—, la región se encontraba lista para el período
de bonanza minero”.
Como
resultado del descenso de población anotado para las
tierras bajas, la mano de obra negra se importa desde
finales del siglo XVI (1592) y ya para 1684 son numerosos los negros que
trabajan en esta zona.
“El
desarrollo posterior de la economía minera —y en su
efectivo crecimiento— debe asociarse al crecimiento
paulatino de las cuadrillas de esclavos, por lo menos en los
yacimientos del Chocó, en Raposo, en Caloto y en Barbacoas. De otro
lado, la movilidad de la mano de obra esclava, es decir, su
traslado de un distrito a otro y a las haciendas de trapiche en el Valle del Cauca, explicaría las alternativas de un crecimiento minero en Caloto-Nóvita-Caloto.” (Colmenares, 1979:170).
La
minería hacia la vertiente occidental y costa Pacífica es
supervisada por españoles residentes en Pasto y Popayán.
Hacia 1699 el boom minero de Barbacoas había disminuido,
registrándose un descenso de residentes españoles, de 40 a 16,
constituyéndose este fenómeno en un índice del decaimiento
de la temprana prosperidad de la región (Calero 1991:180);
esto se traduce en el inicio del abandono de la zona, produciéndose así
otro proceso de retroceso de la frontera minera con la
consiguiente exclusión y marginamiento de las tierras bajas del desarrollo de la región andina perteneciente a la Gobernación de Popayán.
La
vertiente oriental andina o piedemonte amazónico (valle de
Sibundoy, Iscancé, Yunguillo, Mocoa, Ecija de Sucumbíos)
hasta el siglo XVIII, se encuentra entre dos fuerzas que
jalonan: la andina (el Distrito de Pasto, Gobernación de Popayán) y la
selvática (Provincia de Mocoa) en cuanto a regimen de
producción, dominio político y religioso se refiere. Mocoa
es la puerta de entrada a las tierras bajas y los grupos que allí
habitaban se comportaban como los de selva para los españoles en
cuanto a lo indómito y lo belicosos, lo cual no se cumple
para Quillacingas y Pastos, quienes no opusieron resistencia
a los españoles en forma abierta, como se ha señalado. Mocoa, era la
sede de las misiones franciscanas del Putumayo y Caquetá
desde donde ejercían su influencia colonizadora.
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